martes, 28 de octubre de 2008

Un café

El aroma me llega desde la cocina, café humeante, oscuro y fuerte, retener el gusto en mi lengua y paredes, entre la caída del agua, la música de la oreja sonando analizando con otro de los sentidos, placeres para este armatoste que llamamos cuerpo. Es una de esas tardes en que no te apetece volver al trabajo, cobijarte en la mesa camilla con alguna película de Austen o un buen libro, dormitar un poco para luego regañarte por perder las horas del día, coger el teléfono y marcar ese número el cual hace mucho que no te cuenta nada. Sí, es un día para hacer el vago, mientras sigues degustando ese café por tus papilas gustativas, cabe la posibilidad de ir por senderos más filosóficos y pensar en el significado de la vida, hacer quimeras de fantasía esperando el encuentro con tus amigas, esas conversaciones de las cuales llevas la batuta, situaciones, risas, lágrimas en la despedida salpicadas de besos y abrazos, hasta la espera de un próximo año.

Puedes quedarte en el sofá mientras alza el vuelo convirtiéndose en caballo Quijotesco, depositándote en esa ciudad llena de matices para ti, sin poder ir nunca, recortes de la existencia, pasear por sus calles viejas, estrechas, con ese olor a humedad llenando tus pulmones y corriente sanguínea, susurros que te cuentan su historia, de siglos de personas tal como tú que antes pasearon y sintieron de igual manera. Pero el tic-tac de ese reloj te reclama tu vida no es viajar, ni poder pensar en la existencialidad, has de volver al trabajo olvidarte por un momento en todo lo que puede llegar cuando ellas estén junto a ti, es no buscar razones por donde perderte.

El tic-tac acecha para recordarte del café terminado, del movimiento y no el quedarte sin hacer, es el rugido con el cual cada día te pones en pie. Hoy es uno de los días en el cual tengo tantas cosas por decir aún cuando sean superficiales, pero no hay tiempo, el veloz minutero se aproxima para mi hora de cerrar la puerta de mi casa, tic-tac.

domingo, 12 de octubre de 2008

Cajones, papeles amarillentos

Es curioso lo que esconden los cajones, la cantidad de papeles con frases inconcretas al no tener todo el contenido del por que se escribió, teléfonos sin un rostro, recortes de periódicos amarillentos, cuadernillos con sentimientos, desinflados por el tiempo, facturas, flores secas, contratos con tu firma deteriorada.

Parte de ti o puede qué de aquella que existió y ya no es, razones para mirar atrás con una emergente sonrisa, calida mirada de la añoranza, rasgaduras en el empeño de recordar todo lo olvidado ya. Una mira por la ventana y ves la lluvia caer, esa luz entre gris y amarillenta, el clamor de los coches al pasar rechinando con el agua, entra sin querer en tu cerebro, es otro mundo; rozas con las puntas de los dedos esas hojas marchitas y no encuentras la razón de por que has abierto ese cajón.

Deberías de ir a por una bolsa y hacer limpieza, dejar espacio para los papeles nuevos, las emociones por llegar, imposible una sigue abriendo con la curiosidad insana de ser otra persona, fisgando en un viejo mueble de otra vida. Las pupilas se dilatan esa nota ese mensaje, comienza a tener forma en tu mente, imagen difuminada se hace concreta. Esos ojos, esa boca con su sonrisa y la risa, sus manos su forma de caminar, todo llega para darte una patada en las entrañas, sus palabras escritas “Te debo una cena, llámame o te llamo” su nombre su voz en el teléfono.

Ese cajón con sus cosas guardadas te enfurece, te molesta ese pequeño trozo de papel escrito y guardado, cierras el cajón con él dentro para abrirlo otra vez y tener parte del ayer, ya no hay lluvia ni coches lejanos que pasan por la calle, sólo queda la ingrata sensación de que llegas quince años tarde, para esa cena.
Será otro día cuando hagas la limpieza.

sábado, 11 de octubre de 2008

Parnassós

Hace mucho que no escribo nada, la razón es bien simple esas capas cordobesas tiradas por el suelo, sin saber que se puede plasmar en una hoja en blanco, sin tener la fuerza de exteriorizar el intimismo de una misma.

Saturación o engranaje en donde las piezas por fin van encajando y no hay lugar para la palabra, sí para el encogimiento de hombros y la espalda en la cama. Esa sensación de cerilla quemada por ambos lados, bosque crujiendo ante la tempestad. El caso es que no fue por algún problema, sólo es ese lapsus de soledad que se empeña en meterse bajo tu nombre para formar tu piel.

Encadenada en la gruta Coriciana descansando en ese sueño en el cual la realidad se entrelazaba, veía como una mujer buscaba un libro encontrando otro de igual tesoro, en donde uno de sus actores favoritos fallecía, la inminente llegada de sus amigas pero ella no podía alzar la voz ni la pluma, guiada por el soniquete de la flauta de otro díos que no era Morfeo.

Quizás haya vuelto, esté de nuevo sentada sin necesidad de siesta pagana, igual estoy para quedarme, para contar y volver de revés mi alma o puede que aún guarde ese silencio. Quizás.