sábado, 6 de diciembre de 2008

Recuerdos: la dulce venganza una tragedia en tres actos

En mi casa, aparte de buenos muebles de caoba, lienzos y consolas isabelinas, lo que más abundaba eran libros, los teníamos por toda la casa, en la sala de estar o “salita”. Mi padre tenía una librería que ostentaba toda una pared, es inevitable, sentirse afligida al recordar y ver que ya no están.

Los cinco cafres, teníamos la literatura enganchada en nuestras venas desde el nacimiento, por lo tanto era lógico que creáramos club de lecturas, no había género prohibido ni escritor maldito. Aún hoy seguimos con una técnica parecida, si alguno de mis hermanos les gusta un libro, acto seguido estamos nosotras tres con él o viceversa, pero en aquella época, hasta hacíamos apuestas, pero nada de apostarse cromos o golosinas, cenas o cosas de esas, no, ni mucho menos.

Sentimos un gusto por el dinero inaudito lo adoramos, y es lo que nos jugábamos.


Para que apostar chorradas, las apuestas se hacen a lo grande o no se hacen.
Todo comenzó por un libro de mi hermana Ro “Arenas movedizas” una media mañana estaba muy entusiasmada leyendo el libro, al entrar yo en la salita, comenzó ha hablar de él y yo me quede mirando su rostro, le pregunté quienes eran los protagonistas y sus personalidades y le dije vale, fulanito es el malo asesino. Se rió de mí en toda mi cara, y continuó con su libro; creo que aun anda por casa, igual algún día voy a ver sino se lo llevo del cajón del tocadiscos.

Al llegar la noche estaba muy enfadada conmigo, indignada, mi hermano J le preguntó que pasaba y ella le relato con sus palabras, lo ocurrido y mi poca sensibilidad a contar el final de un libro, que lo más seguro es que yo hubiera hecho trampa, pues era imposible saber sino se sabía el final. Vamos que me acusaba de haberle pillado el librito en cuestión, mientras ella estaba no sé donde, leer un poco y hacerme la chula delante de todos, es que mis hermanos son mal pensados no lo pueden remediar.

Se le ilumino la cara, era todo un poema, la bombilla con la idea mágica para poder sacar más dinero de lo habitual, era como ver a Al maquinado para no pagar hacienda, me dijo “te apuesto mil pesetas que no adivinas el asesino de un libro de Agatha Christie” el muy cretino pensaba que me podía ganar, y desplumar a la enanilla. Creamos las normas, no se me permitía tocar el libro hasta que lo leyera delante de ellos o mejor dicho uno debía quedarse siempre mientras yo estuviera leyendo, y solo hasta el capítulo tercero, si para entonces no daba con el nombre del asesino, le pagaría a él las mil pesetas, naturalmente los demás entraron al trapo y se acumuló un bote de cinco mil pesetas. En aquel entonces ¡era todo un dinero! no como ahora la mierda de los euros.

Por turnos se fue pasando el libro, hasta llegar a mí que era la última en cuestión y todos vigilantes de que yo no posara mis horrendas manos en él, no me preguntéis por que les daba por pensar que yo “la niña chiquitina” hacía trampas como una descosía.

Lo cierto es que no recuerdo bien cual fue el primero ni los siguientes libros de Agatha Christie, pero les iba desplumando a los pobres incautos que no se lo podían creer, pero llego la hora de su venganza, es decir “Tragedia en tres actos”.
Me toco pagar, estuve desde la mañana sentada en la mecedora roja, cada vez que tenía un sospechoso, se me iba al traste, ya no me importaba el tercer capítulo (que en este no había) con las consecuencias de haber perdido la apuesta, era mi enorme EGO y es que el orgullo estaba herido de muerte.

Escuchaba a lo lejos una risita de ultratumba, pensé inclusive que era el espíritu de Agatha vengándose de igual manera que mis hermanos, fantasía febril y un tremendo rebote pillado, naturalmente no escucho las voces de los muertos, y mucho menos iba a venir esa santa señora a mi casa a reírse.

Al terminar de leer, mire su nombre y me dije vale me has vencido, fui al cuarto saque el dinero de la hucha y pague. Me he llevado años sin leer otro libro de ella, y eso que estaban todos en casa era una de las colecciones. Fue ya cuando pasaba una temporada en Nerja cuando mi hermano A volvió a traer sus libros, y como yo me pasaba las noches en vela no tenía escapatoria, aun sigo sin leer “Tragedia en tres actos” no me hace falta lo mantengo en mi mente como el primer día.

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