viernes, 5 de diciembre de 2008

Diciembre, mes de los mil diablos.

La bella estampa de lugares manchados de nieve, un espectacular frío, logra que todos tengamos esa nariz roja, el ir murmurando los villancicos, buscando regalos, las calles iluminadas con bombillas de colores, el repique de campanas, las buenas intenciones, el consumismo metido en vena, regateo para llegar a fin de mes. Las palabras de felicidad compartida, la familia junta. Todo esto y mucho más es el mes de Diciembre.

Muchos hay que se calzan el disfraz de dicha, el sentimiento de amabilidad goza en todos los cuerpos y casi, casi, es perfecto.

Si no fuera, por ese vaivén angustioso, esa atracción de feria, que te lleva al infinito para dejarte caer en el vacío, con la infinita certeza de que odias estas fiestas.
Volverás a marcarte el rostro con la paleta de la alegría, mientras por dentro clame la amargura, el llanto, desaliento, convirtiéndote en un ser inanimado, donde los hilos de la marioneta no los manejes tu, la algarabía generalizada, del volver a encontrarse.

En cada rincón estarán, como siempre, en cada esquina, de la casa, de la calle, donde una vaya, no hay escondite para ello no se puede huir ni en el olvido, los verás y querrás tocar, andarás buscando sus voces lejanas, sus risas, su mirar. Es otro año más, no está ese regalo, no hay alimento que te conforte, ni abrazos que te llenen, faltan tres.

Artefacto de subidas y bajadas, sin tocar el cielo te engullen en el infierno, ¿cuánto tarda en pasar treinta y un días? Un mes que se hace años.

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